Esta vez sí pudimos disfrutar
un poco más de mi hermana y cuñado, y se agradeció estar en
familia. Fue como un aperitivo a lo que nos espera en dos semanas y
media... ¡Dos semanas ya! Como os podéis imaginar, tenemos
sentimientos encontrados. Por un lado, la idea de volver a casa, nos
encanta. Volver a ver a la familia y amigos, comer cosas ricas y no
picantes, no tener que estar con la mochila a cuestas y con largos
itinerarios de tren o bus cada pocos días, agua caliente y un sinfín
de "lujos" más. Pero, por el otro, esta vida nos gusta.
Conocer gente nueva, compartir experiencias con otros viajeros,
regatear hasta conseguir el mejor precio, maravillarnos ante las mil
maravillas que Asia ofrece, que nuestras máximas preocupaciones sean
donde dormir y comer, emocionarte ante la perspectiva de ir a ver
algo único, estar en la recepción del hotel jugando, mientras ves
pasar a decenas de elefantes... Cosas así se echarán de menos.
Teníamos que volver a Bangkok
el domingo para coger un tren a Chiang Mai, así que decidimos ir a
pasar los días entre medio, a la playa de Bangkok "Koh Samed".
Ésta es una islita que está a unas 4 horas de Bangkok, aunque una
vez allí, te parece estar a mucha más distancia.
Tuvimos mucha suerte porque
conocimos a una pareja francoinglesa, con la misma idea de viaje que
nosotros: playa tranquila y alojamiento barato. Después de recorrer
varios hoteles y huir asustados por los abusivos precios, encontramos
un chollo. Un bonito y nuevo bungalow por unos 15€, a segundos
andando de la playa, y en un sitio de lo más tranquilo. Los días
pasaron, sin apenas darnos cuenta, bañitos en la playa, comidas
ricas con vistas al mar, partidas infinitas al monopoly y parchís, y
algún paseo para ver el atardecer, acompañados, como siempre en
este tipo de ocasiones, de decenas de otros turistas. Como ya nos
pasó en Bunaken, nos hemos relajado tanto, que nos hemos olvidado de
hacer fotos. Os ponemos las pocas que tenemos, aunque si lo que
queréis es tener un ataque de celos, googlear Koh Samed y llorar. ;P
Pero todo lo bueno se acaba, y
esto no iba a ser una excepción. Después de unos días en el
paraíso de la tranquilidad y el holgazaneo, volvimos al estrés y
caos que cualquier gran ciudad envuelve. Volvimos a Bangkok, a sus
olores, a su falta total de piedad por los pies limpios y a sus
pesados vendedores. Pero bueno, no todo era malo. Pudimos despedirnos
de la familia, ya que ellos acababan su tiempo en Bangkok, y
recibimos aires nuevos. Para esta última etapa del viaje, nuestro
amigo Rober ha decidido acompañarnos para vivir, en primera persona,
la auténtica vida del mochilero. Ya lo dicen por ahí, ten
cuidado con lo que deseas, no vaya a hacerse realidad. ;D
Nada más llegar, después de
casi 24 horas viajando, el calor y humedad de Bangkok le sonrieron.
La camiseta se le mojó de sudor, buscaba la sombra como desesperado
y una coca-cola fresca se invocaba como necesidad. ¡Bienvenido al
sureste asiático! ;)
Y para que el cansancio, cuando
se apoderara de él, lo hiciera de forma masiva, le llevamos al
mercado Chatupat. Éste es el mercado más grande de los vistos hasta
el momento, y donde cualquier cosa, está en venta; y no en una, sino
en varias tiendas. Andando por allí, pierdes la noción del tiempo y
te olvidas del cansancio, tus ojos se pierden ante la ingente
cantidad de objetos de todo tipo, color y función. Desde gusanos y
langostas, hasta tiendas con infinitos objetos hechos de mimbre,
pasando por obras de arte que emulan arañas gigantes. Todo lo que
puedas imaginar y más, está a la venta aquí. Que suerte para
nuestros bolsillos, que este mercado no esté en Barcelona, sino otro
gallo cantaría.
Nuestros pasos se dirigen hacia
el norte. Siguiente parada: Chiang Mai.
P.D.: Este post va con algo de retraso...
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